domingo, 30 de agosto de 2009

Así se nos ve en la prensa, algo de nuestra historia


La Peza. Tierra de hombres valientes

Es un pueblo netamente serrano, de orografía complicada y atractivo entorno cuando se observa a media distancia. El caserío ocupa una ladera que mira al valle del río Morollón en el que se abre una fértil vega que acaba en una de las colas del pantano Francisco Abellán. En su término hay numerosos miradores para amantes de paisajes y naturaleza viva.

Su urbanismo, estructurado en calles estrechas, limpias y blancas, tiene una bonita plaza rectangular, centro ceremonial de pueblo y escenario de sus famosas corridas de toros. Muchas de sus calles, empinadas y serpenteantes, buscan los restos de una interesante fortaleza árabe, situada encima del pueblo. La fundación de la alquería es de época nazarí y el poblamiento que le precedió, pudiera encontrarse a unos 2.500 metros del actual núcleo urbano, en el llamado Castillejo, otro fortín de medieval.

El castillo, llave del Camino Viejo de Granada

Actualmente La Peza es un pueblo aislado, escondido en la sierra y al que se llega a través de caminos tortuosos, pero en el pasado fue la llave principal del tantas veces nombrado Camino Viejo de Granada, el exclusivamente usado hasta la llegada de los franceses. La evidencia de ello son los cinco mesones que tuvo en el siglo XVI para parada y fonda de los viajeros y el castillo mencionado, bastión militar para el control del paso.

Esta fortaleza fue en el pasado una construcción imponente a juzgar por las descripciones históricas que de ella se conservan. En la actualidad se pueden observar dos recintos; del exterior quedan pocos indicios, pero da idea del perímetro que tuvo, y del interior permanecen restos de sus murallas de tapial, tres torres y los muros de un aljibe. Sin duda una excavación arqueológica y posterior restauración darían al pueblo un interesante marchamo histórico.

Avalado por la historia

No pasó desapercibido para Munzer el magnífico bastión de La Peza. En su viaje hacia Granada, dice: “en el descansamos aquella noche. Todos los que estaban en la fortaleza eran moros, menos el alcaide, que fue nuestro huésped”.

El Apeo, al describirlo ochenta años después, pone de manifiesto que sigue con todo su potencial defensivo puesto a punto: “Encima de la villa está una fortaleza cercada, con sus torres, y tiene aposentos habitables y torrealmenado, con su reducto, puesto sobre una peña, y tiene aljibe dentro, de agua de lluvia, y tiene dos caballerizas y una mazmorra por almazar. El cual está poblado por su alcaide y gente de su casa.”

Ante unas defensas de tal calibre y con sólo 50 cristianos viejos, la mitad mujeres, es comprensible que Aben Humeya, cuando levantó La Peza con 5.000 hombres de guerra, no se plantease ni siquiera el asedio.

Edificios de interés

En la Peza se conservan ejemplares de casas moriscas rurales, una joya en su género. En cuanto a la iglesia tiene la originalidad de contar con dos torres. Se sabe que la primitiva, del siglo XVI, fue quemada en la Guerra de las Alpujarras y sólo quedó de ella la torre llamada “La Carraca”. Se planteó un nuevo templo que empezó a construirse a finales del XVI y se le añadió una torre de piedra –la segunda- en el siglo XVIII, en la que trabajaron Cayón y Acero. El resultado es una interesante construcción de ladrillo visto con cajones de mampostería encalados y con portada barroca, también de ladrillo, que cubre casi toda la fachada, en la que hay heráldica de don Juan Montalbán, escudos episcopales, un medallón de la Encarnación y reloj de sol. El interior tiene hermosa planta rectangular con cubierta de par y nudillo con tirantas, naves laterales y coro.

Aguerridos y valientes

El aislamiento del pueblo, su historia real, su paisaje y paisanaje, han levantado en torno a él una estampa romántica, recogida en la expresión “aguerridos y valientes” con que se reconoce a sus habitantes. He aquí algunos ejemplos que avalan este orgulloso calificativo:

Con los moriscos, La Peza fue cantera de monfíes y único pueblo de la zona que se levantó en la rebelión de las Alpujarras. Sus 250 familias recibieron al mismísimo Aben Humeya con 5.000 moriscos y secundaron, aunque de mala gana, el alzamiento. Poco dignificante de este episodio fue -siempre según la tradición- el martirio del beato Marcos Criado, en la actualidad patrón de La Peza, al que se le ató a una encina y se le arranco el corazón, del que surgió una luz que cegó a lo verdugos.

Casi 250 años después, el 19 de abril de 1.810, otro contingente de tropas llegó al lugar con intención de someterlo. Se trataba de los “gabachos” de Napoleón, que, instalados en Guadix, les faltaba ocupar algunos pueblos de la comarca. Su alcalde, Manuel Atienza, y los vecinos, dijeron que allí no entraban los franceses y organizaron la defensa con piedras y troncos a la entrada del pueblo. Fabricaron un cañón de encina, que reventó y causó gran mortandad entre sitiados y sitiadores, pero consiguió que el ejército se retirara. Días más tarde volvió el invasor dispuesto a someterlos Los superviviente se fueron a la sierra donde se libró el combate definitivo. Atienza, cubierto de heridas, tuvo tiempo de gritar al oficial que pedía su rendición antes de tirarse por un barranco: “¡Yo no me rindo! Soy de la villa de La Peza, que muere antes de entregarse!”

El acontecimiento fue elevado a gesta heroica por Pedro Antonio de Alarcón, en “El alcalde carbonero”. En su memoria los lapeceños enseñan hoy el balcón de Atienza, le han levantado un busto y han escrito su famosa frase en el tajo por el que se arrojó.

El 3 de abril del año 1.881, otro alcalde, “el tío Joseico de Colás”, colaboró en la captura de los famosos bandoleros conocidos como “los niños de Guadix”, por lo que el rey le honró con el titulo de “caballero cubierto”. Los fugitivos murieron achicharrados en el cortijo de los Agustinos, lugar que fue incendiado y del que se negaron a salir.

Los niños de Guadix

Fueron seis presos de la cárcel de la ciudad, entre ellos el tristemente famoso Olivencia Cárdenas, que consiguieron huir a últimos de septiembre de 1880. Su cruenta actividad no duró más de medio año y tuvo como escenario Lugros, Fonelas y Purullena, hasta acabar como se ha relatado. Su hazaña más pintoresca y atrevida tuvo lugar la noche del 27 de diciembre de 1880. Recorrieron el centro de Gaudix tocando guitarras. Le dieron una serenata al jefe de policía y luego, cuando el comandante de la Guardia Civil salió del casino, lo siguieron cantando tras él.